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El uso diario de estos utensilios es relativamente nuevo, y en su historia se esconden momentos clave de nuestra civilización. Foto: Getty Images

El mundo en una cuchara (y un cuchillo y un tenedor)

Por César Blanco

Los primeros utensilios para cortar se remontan a más de dos millones de años. En Etiopía se encontraron restos de huesos y piedras afiladas usados para separar la carne cruda del hueso de los animales; el cuchillo es, por lo tanto, una de las herramientas más antiguas y necesarias de la humanidad.

En el siglo VI, por ejemplo, la Regla de San Benito le recordaba a los monjes quitarse el cuchillo antes de irse a dormir para no clavárselo por la noche; así de indispensable era.

En la Europa de la Edad Media y del Renacimiento, los hombres, sin importar su condición social, portaban un cuchillo a todas partes. Era prácticamente la única posesión inevitable de un adulto. Lo traían fajado en la cintura y lo usaban tanto como arma como cuando se sentaban a la mesa.

Aquellos que se lo podían permitir, mandaban hacer una hoja a medida; las empuñaduras, según el presupuesto, podían ser de latón, marfil, cuarzo, ámbar, nácar y hasta vidrio. Era un compañero tan imprescindible que comer con cuchillo ajeno representaba un acto poco más que asqueroso.Los primeros cuchillos de metal se remontan a la Edad de Bronce.

El material resultaba difícil de afilar, y no fue hasta la Edad de Hierro que las hojas comenzaron a fabricarse con hierro, que también daba problemas, pues se oxidaba fácil y a veces le daba un mal sabor a la comida. Sería hasta la invención del acero que estos implementos se transformarían en algo perdurable.

Los primeros utensilios para cortar se remontan a más de dos millones de años. Foto: Getty Images
Los primeros utensilios para cortar se remontan a más de dos millones de años. Foto: Getty Images

Durante siglos, lo más normal era que cada quien se sentara a la mesa y sacara su cuchillo para comer. Eran herramientas mortales y no pocas veces, cuando las sobremesas se tornaban álgidas, los cuchillos terminaban enterrados en algún desafortunado comensal.

Poco a poco, y gracias a la popularización del tenedor, los cuchillos personales fueron sustituidos por la cubertería de mesa, aunque aún seguían siendo objetos peligrosos. Hasta que un buen día de 1673, reza la leyenda, el cardenal Richelieu vio a un invitado de la corte usar su daga de doble filo para escombrarse algo de los dientes durante una cena.

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Escandalizado, dio la orden de quitarle el filo a todos los cuchillos de la corte. Siguiendo su ejemplo, Luis XIV prohibió a los cuchilleros forjar cuchillos de mesa con punta. De esta forma, en el siglo XVII el cuchillo de mesa se transformó para siempre en el objeto romo y desafilado que conocemos hoy en día (con la excepción del cuchillo serrado para carne, de invención francesa).

Cuchara: versátil y universal

Si hay algún instrumento distinto al cuchillo ese es la cuchara.

Del latín cochelare (concha), su nombre nos recuerda su carácter apacible y también universal: hay culturas (la occidental) basadas en el uso del tenedor, y otras (gran parte de Oriente) en los palillos, pero todas, sin excepción, utilizan la cuchara.

Las hay de todas las formas y la manera de utilizarla revela algo de la cultura en cuestión. En China, por ejemplo, las tersas cucharas de porcelana se emplean para consumir la delicada sopa wonton desde hace siglos, mientras que en los hogares humildes de la Europa medieval nunca faltaba un tosco cucharón de madera para servir (y comer) estofados de una olla comunal.

La cuchara es versátil y universal. Sirve como cuenco para tomar algún alimento líquido y también como pala para recoger del plato comidas sólidas. Están tan imbricadas en nuestra cultura que incluso tienen connotaciones políticas.

En la época de Cromwell, las llamadas “cucharas puritanas” eran objetos simples, sin adornos; eso sí, estaban hechas de plata y pesaban bastante (era una forma de tener los bienes muy a la mano en aquellos tiempos de revueltas). Durante la Restauración de Carlos II, las cucharas adoptaron un diseño completamente nuevo, conocido como cucharas de mango trebolado: es la primera cuchara moderna.

Las cucharas ejemplifican también las excentricidades de un tiempo y una cultura. Hubo cucharas de nácar para comer los huevos pasados por agua (la yema mancha la plata); cucharas diseñadas para untar mostaza, condimento esencial en algunas regiones europeas; cucharas exclusivas para sacarle el tuétano a los huesos; otras de mangos labrados con uvas, mujeres desnudas, leones y hasta Cristos acompañados de sus apóstoles.

Las cucharas ejemplifican también las excentricidades de un tiempo y una cultura.
Foto: Getty Images

Dentro de las excentricidades, una llegó para quedarse. A mediados del siglo XVII, los ingleses diseñaron una cucharilla para remover la leche y el azúcar que comenzaron a ponerle al té. El implemento fue poniéndose de moda en todo el continente y, hasta el día de hoy, se usa mundialmente para remover y medir: cualquiera que se acerque a un libro de recetas encontrará siempre la “cucharilla” como medida para agregar pequeñas porciones de ingredientes.

Tenedor: demonio y horca

Como utensilio de cocina, el tenedor es muy antiguo. Se empleaba para asar carne desde tiempos de Homero, para sujetar y ayudar a cortar grandes piezas en la Edad Media. Pero en la mesa no fue habitual hasta bien entrada la Modernidad; de hecho, durante siglos este adminículo fue considerado impropio de cualquier etiqueta. Su forma hacía pensar en el demonio y la horca.

En la Venecia del siglo XI, una princesa bizantina casada casada con la máxima autoridad veneciana, el dux, o Dogo en español, fue criticada por San Pedro Damián por utilizar aquel implemento “excesivamente delicado” en lugar de las manos “que el Altísimo le había dado”. Murió de peste, dicen, castigada por sus excesos en materia de modales.

En 1605, el sátiro francés Thomas Artus se burlaba de Enrique III en su obra La isla de los hermafroditas porque el monarca y su corte comían con tenedor, lo que evidenciaba sus desviaciones sexuales. En ese tiempo solo los italianos tenían el puntuerolo, una suerte de pincho de madera alargado para envolver su entrañable pasta.

Durante siglos lo natural era comer con las manos y no sería sino hasta 1700 que el tenedor se incorporaría de forma definitiva a las normas occidentales como símbolo de educación; era menos agresivo que el cuchillo y menos sucio que la cuchara (claro que para todo hay excepciones: Isabel I prefería usar los dedos porque el acto de pinchar le parecía menos civilizado).

En la mesa, el tenedor no fue habitual hasta bien entrada la Modernidad. Foto: Getty Images
En la mesa, el tenedor no fue habitual hasta bien entrada la Modernidad. Foto: Getty Images

Hay tenedores de dos, tres y cuatro puntas. Esa característica no revela su edad sino su función: los primeros eran empleados para trinchar mientras que los otros sirven para picar la comida pero también como una especie de cuchara.

Otro de los factores que popularizó el uso del tenedor fue la comercialización de la porcelana: a diferencia de los cuencos seculares de madera y barro, la forma plana de este nuevo tipo de vajilla hacía muy cómodo (y necesario) el uso de tenedor y cuchillo para atrapar la comida.

La historia de la invención y el uso del tenedor, el cuchillo y la cuchara esconden códigos y transformaciones históricas. Karl Marx lo puso en estas palabras: “El hambre aplacada por un plato comido con cuchillo y tenedor es diferente al hambre de quienes comen carne cruda con la ayuda de las manos, las uñas y los dientes”.

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