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Historia del cubrebocas. Foto: Getty Images

El cubrebocas: la historia del “pedacito de tela” que salva vidas

Conocida en otros lares como mascarilla, barbijo, tapabocas, su nombre real es mascarilla quirúrgica, y a partir de este año es parte de nuestra vida cotidiana – y lo será por mucho tiempo más-.

Hasta hace un año, era noticia cuando en los países asiáticos los niveles de contaminación se elevaban en cierta ciudades y sus pobladores tenían que usar cubrebocas. No es algo ajeno a la humanidad y ha evolucionado desde telas sencillas y pañuelos hasta filtros especializados capaces de mantener a raya hasta en un 95% partículas de 0.3 micras (1) de diámetro.

Los cubrebocas evitan que las gotitas de saliva, que a simple vista no se ven al hablar, toser o estornudar, sean esparcidas.

Antes de que la ciencia médica se diera cuenta de que las bacterias y los virus pueden flotar en el aire y enfermarnos, la gente utilizaba máscaras improvisadas para cubrirse la cara.

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Fue durante el Renacimiento que se empezaron a cubrir la cara para evitar contagiarse de los males; los médicos de esa época usaban una máscara con forma de pico, lo cual sí evitaba que salpicaran pero el aspecto no confería mucha tranquilidad, pues parecían picos de cuervos, lo que la gente asociaba a epidemias y muerte.

Y la gente común utilizaba pañuelos sobre la nariz para evitar enfermedades, afirma Christos Lynteris , profesor del Departamento de Antropología Social de la St. Andrews University , experto en la historia de las máscaras médicas, quien a través de pinturas de la época puede asentar sus afirmaciones.

Para 1720 hubo un brote de peste bubónica en Francia que se concentró en Marsella, y otra vez, por medio de la pintura de época se pueden ver a los sepultureros que llevan una tela envuelta alrededor de la boca y la nariz, pues pensaban que la plaga emanaba del suelo y se expandía por el aire.

Mascarilla del medioevo. Foto: Cortesía
Mascarilla del medioevo. Foto: Cortesía

Pero fue en 1890 cuando el microbiólogo e higienista alemán Carl Flügge, al estudiar enfermedades infecciosas cómo la tuberculosis o la malaria, demostró qué eran gotas diminutas que salían de manera inadvertida de la boca -al hablar, toser o estornudar- las que se nebulizaban en el aire, dando pie a infecciones y confirmando la necesidad de una máscara para evitarla.

En 1897 Jan Mikulicz-Radecki apoya el uso de cubrebocas de gasa, cuando se comprueba la teoría de la infección por gotitas de Flügge, pero quién usó por primera vez este implemento médico fue el profesor Paul Berger que el 22 de febrero de 1899, dictaba la lección “Sobre el uso de la máscara durante la operación” y comenzaba diciendo que “desde hace unos años, me he sentido preocupado porque las gotas de líquido proyectadas desde la boca del cirujano o sus asistentes puedan causar infecciones en las heridas de los pacientes”.

Es a partir de este hecho que los médicos comenzaron a usar las primeras máscaras definitivamente en la sala de operaciones.

Para 1926 se hace obligatorio su uso en todos los departamentos quirúrgicos de Europa y Norteamérica.

Y aunque parezca algo simple, la adopción de éste dispositivo sanitario ha llevado más de un siglo de desarrollo para que los materiales sean efectivos.

Los primeros, de hecho, eran poco más que un pañuelo atado a la cara y no podían filtrar el aire. Más que nada, impidieron que el médico tosiera o estornudara directamente sobre las heridas del paciente.

Y no fue sino hasta 1910 cuando en el norte de China hubo una plaga y el médico Lien-teh Wu estudió y comprendió que la única manera de contener la propagación del virus era filtrando el aire que se respiraba. Así que, puso gasa y algodón y varias capas de tela y las ató firmemente a la cara. Esto ayudo a detener el contagio masivo y fue un punto de inflexión en la historia de la mascarilla quirúrgica.

Para 1911, la producción de máscaras quirúrgicas pasó a números exorbitantes y se volvió esencial para contrastar la propagación de la peste. Así pasaron décadas hasta que en mayo de 1972 la mascarilla N95, tal como la conocemos, fue aprobada. Desde entonces gracias a los avances tecnológicos se ha podido mejorar el producto.

Este ya centenario y pequeño adminículo -cómo toda prenda- debe saberse llevar, y no por moda, sino por salud.

Será parte de nuestro guardarropa, así que tenemos que saber utilizarlo:

  • Recuerda que si el aire se siente un poco viciado, lo más probable es que estés usándolo correctamente.
  • Utilízalo de manera que te cubra, hacia arriba, hasta cerca del puente de la nariz, y hacia abajo por debajo de la barbilla.
  • Trata de apretarlo para que quede pegado a tu rosto sin dejar espacios libres.

Los No:

  • No uses el cubrebocas debajo de la nariz.
  • No dejes expuesta la barbilla.
  • No lo uses flojo ni dejes espacio a los lados.
  • No sólo cubras la punta de la nariz.
  • No lo jales y lo pongas en la barbilla ni en el cuello.

Y recuerda guardar sana distancia. Cuídate tú y cuida a los demás. Es un acto de respeto.

*(1) una micra es la milésima parte de un milímetro.

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