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Que olviden mi nombre

Recuerdo la primera vez que visité Nueva York, gracias a mi trabajo como periodista de negocios. Recuerdo que lloré de emoción en medio de sus calles, rodeado de sus imponentes edificios y pensé: “¡Qué lejos hemos llegado!”

Recuerdo que dije eso pensando que yo estaba ahí gracias a todos mis ancestros: a mis abuelos campesinos que pasaron hambre, a mis padres que trabajaron ­(y aún lo hacen) de sol a sol, a mis tatarabuelos que ni siquiera conocí, pero que nos dieron los valores y las raíces, y que nunca salieron de su pueblo perdido en las montañas de Michoacán.

Me acordé de esto hace poco, cuando conocí a Edgardo Villanueva en Oaxaca. Edgardo se tituló como arquitecto, pero nunca ejerció porque no había trabajo. Tuvo que entrar al gobierno por un tiempo, pero la corrupción y las jugarretas del poder lo dejaron de nuevo en la calle.

Recién casado, con un bebé y en plena crisis, Edgardo volteó a ver sus orígenes indígenas, donde todos sus antepasados habían sido artesanos. Y encontró respuestas en un modelo comunitario ancestral que replicó al formar dos comunidades de artesanos: La Casa de las Artesanías de Oaxaca y Huizache, “Arte Vivo de Oaxaca”.

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Con su modelo de trabajo y de negocios, todos pasan por todos los puestos: desde lavar baños y hacer limpieza, hasta ser gerentes de tienda. Cada seis meses se desintegran los equipos y se forman equipos nuevos, de tal forma que todos aprendan a cumplir cualquier función y que conozcan todos los ámbitos del negocio. Las decisiones se toman de forma colegiada.

Con estos dos proyectos comunitarios, basados en la historia y costumbres ancestrales, pero combinados con el uso de la tecnología, el comercio electrónico y las redes sociales, Edgardo ha logrado varias hazañas, como enviar un contenedor con 70,000 artesanías hasta Japón.

Con la pandemia, tuvieron que cerrar las tiendas físicas y limitarse a lo que vendían por internet. Se refugiaron en sus pueblos y regresaron a trabajar la tierra para el autoconsumo, para evitar cualquier contagio y gastos innecesarios. Su comunidad, basada en el respeto profundo de las tradiciones y de los ancestros, los protegió de la enfermedad y de la crisis económica.

“Hoy la humanidad se dio cuenta que todo el desarrollo de su conocimiento, de su gran tecnología, no sirve de nada ante un virus”, dice.

Para él, el exitoso modelo de negocios comunitario no es un logro personal, sino que tiene que ver con el trabajo realizado por sus ancestros desde hace cientos de años. “Lo que hicieron los abuelos hace 500 años nos está sirviendo. No tenemos sus nombres, no se exaltó nunca al individuo, pero hubo una comunidad de artesanos que son parte de esto”.

Por eso él no aspira a ningún reconocimiento, incluso prefiere que lo olviden, pero que recuerden el modelo que les dio libertad y dignidad. “Ojalá nadie pueda recordar mi nombre, pero sí el sistema”, dice. “La pandemia nos dijo que no se trata de ir por dinero, sino de crear comunidad”.

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