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Correr. Crédito Pixabay

Correr hacia ninguna parte

Lo primero que hizo fue romper las expectativas de sus padres. Yoari López estudió la licenciatura en Comunicación y en su familia ya la veían como una gran periodista. Probó en algún periódico y en la radio, pero se decepcionó de los salarios y del manejo tendencioso de la información. “No era mi mundo”, recuerda.

Intentó como periodista freelance, pero fue aún más difícil. Sin empleo, al igual que su pareja, Yovegami, se sentaron a pensar por dónde encontrar un futuro. La respuesta les cayó en la cara cuando tuvieron consciencia de que podían ayudar a mejorar la vida de la gente que tenían cerca.

Yove nació y creció en el pueblo mixe de San Juan Guichicovi, en Oaxaca, donde artesanas y artesanos se dedican a la elaboración de huipiles con la técnica de cadenilla en máquina de pedal. El problema era que les pagaban muy poco por su trabajo, que sufrían discriminación y abuso de intermediarios.

Así, Yoari y Yove arrancaron, a finales de 2014, el proyecto Hilo de Nube, donde eliminaron intermediarios, revalorizaron el trabajo artesanal y usaron la comunicación digital para que más personas fuera de Oaxaca pudieran conocer los hermosos huipiles.

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Hilo de Nube ha crecido de forma lenta, pero sostenida. Hoy, cinco años después, son 80 familias de artesanos las que forman parte de la empresa y, a través de las redes sociales y del comercio electrónico, han vendido sus huipiles en todo México y en muchos otros países.

En 2020 vino la pandemia que obligó a cerrar las tiendas físicas y a bajar el ritmo de elaboración de huipiles. Fue una lección para Yoari y para todo el equipo que, antes de la crisis por Covid-19, empezaban a vivir las prisas por las exigencias del mercado. “Todo lo artesanal lleva su ritmo, lleva su tiempo. Si no, no tendría el valor que tiene porque lo estaría haciendo una máquina y sería automatizado”, dice.

En plena pandemia, Yoari recibió la invitación para participar en el exitoso programa de TV Shark Tank México, de Sony. Pero Yoari volvió a romper las expectativas de todos y rechazó la invitación.

“Creo que muchos emprendedores quisieran tener esta oportunidad, pero yo no estoy sola en esto: hay un equipo detrás, hay un proyecto, hay una comunidad y una tradición textil”, explica. “Yo decidí que no podía ir a exponer ni a vender un proyecto que es de más personas”.

Se negó a correr, a subirse a las prisas que exigen las formas occidentales de hacer negocios: producir más, vender más, ganar más, llegar a más mercados. Para ella, el riesgo era perder el camino. “Si se llegara a tener un crecimiento muy muy grande, tal vez yo no podría controlar la situación, más personas tendrían que integrarse y tal vez no compartirían el corazón del proyecto”.

A sus 33 años, Yoari quiere comerse al mundo, pero sin prisas, sin atragantarse, disfrutando el camino, sin perder el rumbo. “Prefiero mantener los trabajos actuales, mantener las cosas estables y no exponer mi salud ni la de las personas que trabajan conmigo. Las cosas se van a ir dando cuando se tengan que dar. No es una competencia”.

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